La edición 2016-2017 del Reporte Global de Competitividad que elabora el Foro Económico Mundial mide la capacidad de las economías para generar valor. Éxitos y fracasos de las naciones latinoamericanas
Por Darío Mizrahi 27 de septiembre de 2016
Suiza sigue siendo el país más competitivo del planeta, con 5,81 puntos en el Índice Global de Competitividad (IGC) sobre siete posibles. El podio se mantuvo igual que en el periodo 2015-2016, con Singapur (5,72) y Estados Unidos (5,70) en segundo y tercer lugar. Holanda (5,57) escaló del quinto al cuarto lugar, y Alemania (5,57) siguió el camino inverso. Suecia (5,53) fue uno de los que más avanzó, al saltar de la novena a la sexta posición, al igual que Reino Unido (5,49), que pasó del décimo al séptimo puesto. Japón (5,48) retrocedió del sexto al octavo lugar, Hong Kong (5,48) del séptimo al noveno, y Finlandia (5,44), del octavo al décimo.
Como se ve, más allá de las pequeñas variaciones, siguen siendo los mismos diez países los que lideran el IGC que elabora todos los años el Foro Económico Mundial (FEM). En esta edición 2016-2017, que se acaba de difundir, tampoco hubo grandes cambios entre los países que están más rezagados.
Un dato es que el menos competitivo de los 138 que forman parte de la muestra, que es Yemen (2,74), no estaba incluido en la del año pasado. Es uno de los dos que se encuentran entre los peores y no pertenecen al África Subsahariana. El otro es Venezuela (3,27), que subió del puesto 132 al 130.
El FEM define la competitividad como “el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. El puntaje del ICG se calcula a partir de 12 rubros: instituciones, infraestructura, entorno macroeconómico, sanidad y enseñanza primaria, enseñanza secundaria y formación, eficiencia del mercado de bienes, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, preparación tecnológica, tamaño del mercado, sofisticación empresarial e innovación.
El panorama tampoco se alteró mucho en América Latina y el Caribe, donde Chile (4,64) sigue siendo claramente el mejor posicionado, subiendo de la posición 35 a la 33. El segundo es Panamá (4,51), que pegó un importante salto del 50 al 42. Estos son los únicos dos representantes de la región entre los 50 primeros.
El listado se completa, del mejor al peor, con México (4,41), Costa Rica (4,41), Colombia (4,30), Perú (4,23), Uruguay (4,17), Jamaica (4,13), Guatemala (4,08), Brasil (4,06), Honduras (3,98), Ecuador (3,96), República Dominicana (3,94) y Trinidad y Tobago (3,94). Los que ni siquiera están entre los primeros 100 son Nicaragua (3,81), que subió del puesto 108 al 103; Argentina (3,81), que pasó del 106 al 104; El Salvador (3,81), que cayó del 95 al 105; Paraguay (3,65), que pasó del 118 al 117; y Bolivia (3,54), que bajó del 117 al 121. Último, el ya mencionado caso de Venezuela.
“Desde una perspectiva global, un dato clave del informe de este año es cómo un declive de diez años en la apertura de las economías supone un riesgo para la innovación y el crecimiento global. El grado de apertura al comercio internacional está directamente relacionado con el potencial innovador de un país y su crecimiento económico (…) Esto es especialmente relevante para Latinoamérica en un momento en el que los países buscan diversificar sus economías y encontrar nuevos motores de crecimiento económico”, sostiene el reporte.
¿Para qué sirve ser competitivos?
Cada vez que se difunden los datos de un índice como este, que trata de medir y calificar determinados aspectos del funcionamiento de las sociedades, muchos escépticos cuestionan su relevancia. Tienen razón. Abundan los ránkings tendenciosos o anodinos, que aportan muy poco a la comprensión del mundo.
¿Cómo comprobar si un estudio como el del FEM está indicando algo sustantivo o no? Como ya lo ha hecho Infobae en otros casos, la mejor manera es ver si hay alguna relación entre la variable bajo análisis —en este caso el nivel de competitividad— y la performance de los países en algunos rubros claves.
Los elegidos son el desarrollo económico, tomando como indicador el PIB per cápita, y el grado de bienestar social, medido a través del Índice de Desarrollo Humano ajustado por desigualdad (IDH). Uno calcula cuántos recursos genera una economía a lo largo de un año (divididos por la población), y el otro es un índice que va de 0 a 1 y condensa los niveles de riqueza, educación, salud y distribución del ingreso en la población. Si los países más competitivos son más ricos y tienen mayor calidad de vida, es porque se trata de algo relevante, que debería ser tomado en cuenta por quienes hacen política pública. Si no hay ninguna relación es porque su incidencia sobre la realidad de las personas es relativa.
Los dos gráficos dejan muy a la vista la estrecha correlación que hay entre competitividad, desarrollo económico y bienestar social. En los dos es evidente que, más allá de algunos casos puntuales, a medida que sube el nivel de competitividad, suben también —y muy considerablemente— el PIB y el IDH. En promedio, por cada unidad adicional en el ICG hay una alza de 23.911 dólares en el PIB per cápita y de 0,215 en el IDH.
Obviamente, esta relación no es necesariamente unidireccional, ya que también podría argumentarse que los países más ricos y con mejor calidad de vida tienden a ser más competitivos por las ventajas con las que cuentan. En cualquier caso, estos datos revelan un vínculo muy fuerte, que probablemente sea de retroalimentación, entre estas dimensiones.
“Para mí, el interés por el crecimiento económico proviene del hecho de que es potencialmente muy importante para mejorar el bienestar humano. El Informe de Competitividad Global nos ayuda a entender los motores de crecimiento, y esta edición llega en un momento de estancamiento de la productividad, el principal determinante del futuro crecimiento”, resume Xavier Sala-Martin, profesor de ciencias económicas en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, citado en el reporte.