Gobierno argentino admitió un relajamiento en su objetivo original de bajar el déficit
El plan económico de Mauricio Macri está recibiendo munición gruesa desde todos los costados.
Desde quienes “lo corren por derecha”, el motivo principal de enojo es el relajamiento fiscal, admitido por Alfonso Prat Gay en la presentación del presupuesto 2017. Ya el programa original era, para el gusto de los economistas liberales, demasiado gradualista en la senda de recorte del déficit, y ahora el objetivo se hizo todavía más laxo.
Pero lo que irritó a los cultores del equilibrio fiscal no fue tanto el nuevo “rojo” de 4,2% del PIB previsto para el año próximo, sino más bien las justificaciones del ministro de Hacienda: culpó, por un lado, a la “reparación histórica” a los jubilados que le habían ganado juicios al Estado y, por otra parte, al freno que impuso la justicia al “tarifazo” de los servicios públicos.
Pero los analistas tomaron esos motivos como excusas. Más bien, interpretaron que el verdadero motivo de la laxitud fiscal venía de otro lado. Más concretamente, del calendario electoral y la necesidad de mostrar una recuperación de la actividad económica antes de las legislativas de 2017.
Hubo críticas de todos los tonos. La consultora Economía & Regiones señaló que el intento de reimpulsar la economía a partir del empuje fiscal “no ataca los problemas de fondo que atentan contra la inversión privada, la acumulación de capital, la ganancia de productividad, la generación de empleo y el crecimiento de largo plazo”.
Por otra parte, puso en seria duda la consecución de la meta inflacionaria de 17%, porque alega que el proceso inflacionario argentino responde más a un problema fiscal que monetario.
Más crudo aun, el economista Javier Milei –un liberal que gana presencia en los medios de comunicación por su histrionismo y vehemencia– calificó como “mamarracho” al presupuesto 2017.
Tras acusar a Prat Gay de “ultra keynesiano y socialista”, afirma que el plan para 2017 implica objetivos ocultos, como incrementar la presión impositiva en 0,7 punto de PIB, así como aumentar el gasto de capital 32% y aplastar artificialmente el tipo de cambio gracias a un mayor endeudamiento. Por otra parte, puso en duda el logro del objetivo fiscal y sugirió que el “rojo” podría superar el 5%.
Otros economistas también criticaron el “giro populista” pero, al mismo tiempo, se mostraron comprensivos de las limitaciones que impone el contexto político.
Por ejemplo, el analista Federico Muñoz recordó que “la historia ha sido impiadosa con los gobiernos derrotados en las elecciones legislativas de medio término; especialmente, con los no peronistas”.
Y recuerda que el nivel relativamente bajo de deuda pública –un 23% luego de restar las obligaciones intrasector público–permiten “bajar la ansiedad y tolerar desvíos temporarios en la construcción de un ordenamiento económico más racional”.
Mercado pide victoria electoral
La respuesta a si el giro económico del macrismo fue una estrategia correcta o equivocada vendrá por dos vías. La primera será los indicadores de actividad económica. La segunda, claro, el resultado de las elecciones legislativas de 2017.
En cuanto al primer punto, la situación todavía es poco clara. Hay economistas que se entusiasman con una posible suba del PIB de hasta 5% para el año próximo. Pero lo cierto es que todo eso está pendiente de confirmación: hasta ahora, las estadísticas dan sólo malas noticias, como el dato de un contundente 5,9% de caída de la actividad económica en julio.
En ese contexto, el gobierno se muestra más jugado que nunca al impulso reactivador de dos clásicos del kirchnerismo: el consumo y la obra pública. En ambos rubros ya empieza a notarse un rebote.
Lo curioso es que el macrismo no sólo no rechaza las acusaciones de sus críticos sino que hasta parece tomarlas como base de su nueva estrategia política.
Al respecto, resultó ilustrativa la reivindicación que hizo el senador Federico Pinedo, para quien la Argentina está en un momento en el que debe privilegiar la igualdad por sobre el orden, o ciertos “valores de izquierda” por encima de los “de derecha”.
“Cuando el presidente decide aumentar la Asignación Universal por Hijo para un millón de chicos más o hacer la ley de pymes para hacer desgravaciones impositivas y aumentar su actividad, o cuando decide pagarles el juicio a los jubilados; esas son medidas que buscan la igualdad”, apuntó.
El macrismo tiene un dato que justifica su convicción para el “giro populista” de su economía: los propios inversores externos le sugieren tomar ese camino.
En los foros de negocios, a Macri le ha quedado en claro que, mucho más que los indicadores económicos, a los empresarios le interesa saber qué tan fuerte está su gobierno desde el punto de vista político.
Y hasta el propio secretario del Tesoro de Estados Unidos, Jack Lew, en su reciente visita al país justificó el camino gradualista, con el argumento de que resulta imposible sostener un reducción brusca del déficit fiscal.
En otras palabras, el mensaje que ha decodificado Macri es que todos, los de adentro y los de afuera, le piden un plan económico que privilegie la recuperación salarial y un repunte de la actividad, aun cuando ello sea a costa del relajamiento fiscal, retraso cambiario, gradualismo tarifario y un aumento de la deuda.
En definitiva, un típico plan económico diseñado para ganar elecciones.
Las críticas al presupuesto de izquierda
La propensión al endeudamiento se transformó en una de las críticas por parte de quienes fustigan al macrismo “por izquierda”. Muchos de los economistas que defendieron el modelo económico kirchnerista denunciaron que el gobierno está incurriendo en otro ciclo clásico de pedir crédito externo con afán no tanto de inversión en infraestructura sino como forma de estabilizar artificialmente la economía, dado que esa deuda suele financiar gastos corrientes de gobiernos provinciales.
En parte es comprensible que la crítica filo-kirchnerista se centre en el tema del endeudamiento externo. Es, a fin de cuentas, una de las pocas diferencias grandes entre ambos gobiernos, dado que en su nueva fase de expansión fiscal con tipo de cambio atrasado y estímulo al consumo, el plan económico macrista empieza a mostrar más parecidos que diferencias con el “modelo K”.
Quienes más han denunciado esa semejanza, además de los liberales enojados por el déficit fiscal, son los sindicalistas. Apuntan, con razón, que el gobierno está incumpliendo una de sus principales promesas electorales: la reforma integral del odiado Impuesto a las Ganancias, de forma que no alcance a los asalariados de nivel medio.